El otro día, buscando y rebuscando en la librería de casa, di con un documento de Luis Merelo y Mas, Ingeniero Industrial nacido en Valencia, escrito días después de la tremenda invasión fría de febrero del 56. En ella habla del estado del campo, pero reflexiona sobre el futuro del mismo, y las posibles salidas económicas para la Valencia de aquella época, poniendo en duda la conveniencia de jugarse todas las cartas al cultivo de la naranja. Y era 1956… pero él ya lo veía.
Me parece un bonito documento. Por eso lo dejo aquí. Espero que os guste, ya sea en el fondo, en la forma, o en la opinión que expresa.
A PROPÓSITO DEL TIEMPO.
Muchas veces, al pasar por entre los huertos de naranjos y las huertas de Valencia, he sentido sobrecogido mi ánimo de una admiración casi pagana hacia esta Naturaleza, ubérrima y feraz, que tan agradecida paga el sudor que la fecunda. Desborda la realidad a la imaginación, y la policromía de la huerta y la verde llanura de los arrozales queda circundada por el marco verde de los naranjos.
Bien trabajaron, bien, los labradores valencianos. Palmo a palmo arrancaron la estepa a la roca y al arenal su dominio, y horadando pozos, abriendo canales y dejando sobre la tierra la talla fuerte de las rejas de sus arados, crearon este emporio de riqueza que para los que no saben de sus afanes y desvelos fue el Levante feliz.
Malos vientos, el hálito helado de Siberia, más inclemente y seco que el duro Simoun, heló en unas noches malditas los brotes tiernos, los frutos ubérrimos, las frescas verduras, los bellos claveles, y sobre la tierra helada de un frío glacial los tristes almendros y los algarrobos perdieron, en estéril aborto, las flores de su falsa primavera.
Duros, muy duros han sido los golpes que desde el año 1947, con cadencia cada vez más frecuente, ha ido sufriendo con las heladas la economía agrícola valenciana, pero en este año de 1956, la amplitud y la intensidad del fenómeno ha revestido caracteres sin precedentes. La pérdida de más de mil millones de pesetas, sólo en la cosecha de naranja, y la incógnita de lo que afecte a la venidera, son motivos para reflexionar, y esto es lo que pretendemos en estas líneas.

Situación atmosférica correspondiente al 11 de febrero del año 1956. Como vemos, una masa de aire siberiano, muy fría, ocupó toda la Península Ibérica, dejando registros históricos de frío que aún hoy permanecen.
Las causas y el origen de esta variación climatológica evidente pueden buscarse en diversas hipótesis.
La variación periódica de la posición del eje de giro de la tierra por el movimiento de nutación de la misma; los periodos pulsatorios del Sol, confirmados hoy en día por la teoría atómica que resuelve definitivamente el problema de la génesis de su energía. Periodos que según las estadísticas rudimentarias de los signos pasados, corresponden bastante aproximadamente con los de sequía y lluvias, fríos y calores. Hasta las posibilidades de las modificaciones del proceso de los frentes fríos como consecuencia de experimentos nucleares practicados en Siberia (hipótesis esta última propugnada por el Sr. Mas Riera, especialista catalán) son todas ellas suficientes para explicar unos hechos reales pero, que conozcamos o no su origen, hacen bien tristes sus consecuencias. Afectan de tal manera a nuestra economía que no hemos podido resistir el deseo de estudiar el problema en su conjunto.
España polarizada hacia América desde su descubrimiento, montó su economía más sobre el comercio que sobre la industria y la agricultura. Durante todo el tiempo que media entre el Descubrimiento y la pérdida de nuestras últimas colonias, la economía está casi en su totalidad fundada en el comercio con Ultramar. El pueblo, en su mayoría campesina, vive sobre unas tierras en las que sin control ni intervención vegeta. Los más audaces y emprendedores que no se resignan a vivir sobre el terruño emigran y en el país no quedan más que los campesinos de más pobre espíritu y menos decisión.
Las clases directoras sin problemas económicos, entregadas a sus luchas políticas y empeñados en discusiones de toda índole ajenas, casi en su totalidad, al despuntar industrial de Europa, no estaban preparadas para incorporarse a la nueva era mecánica, que estaba naciendo en Inglaterra, Alemania y Francia. Cuando más, algunos solitarios incorporaban a nuestra Patria los progresos extranjeros, pero casi en su totalidad esta incorporación se hacía por empresas de otros países que exportaban sus máquinas y sus técnicos, mirados y admirados aquí, donde se desenvolvían y actuaban casi con espíritu colonial.
Es altamente significativo que hayan sido las generaciones de este siglo las que hayan empezado a enviar a sus primogénitos a los estudios técnicos, y es sólo después de la caída de nuestras últimas colonias que las clases directivas españolas, tras varios años de desorientación y forcejeo, empiezan a buscar en la agricultura y la industria la base de su vida. Y así en el Norte toma incremento y se desenvuelve la metalurgia, y en Cataluña empiezan a finales de siglo a ponerse las bases de su poderosa industria textil actual.
Valencia, insensiblemente, va montando su economía sobre la naranja, y todos, grandes y chicos, se interesan en su cultivo. A huertos de naranjos van los ahorros de los pequeños industriales, a huertos de naranjos van las inversiones de médicos y notarios y de profesiones liberales en general, y sobre huertos de naranjos están fundadas las economías más saneadas de la región.
Las guerras europeas, nuestro Movimiento Nacional, son paréntesis que interfieren incidentalmente en este progreso, pero las plantaciones continúan, los huertos arrancados durante la revolución se replantan, por doquier los pozos se abren cada vez más profundos y las bombas modernas extraen de las entrañas de la tierra el agua que la fecunda y vivifica. En este vergel, en este trozo de tierra que se extiende entre las montañas y el Mediterráneo, desde Castellón hasta Gandía, se alcanzan producciones no logradas en ningún otro punto del planeta.
Pero Valencia va creciendo rápidamente, su población aumenta y el progreso crea más y más necesidades, y el cultivo de la tierra ya no da el nivel de vida que la vida moderna apetece.
Los jornales del campo, aunque elevados, no son continuados, y los espíritus decididos, los que no tienen como antaño una América de provisión, empiezan a iniciarse en la industria, pero faltos del capital necesario para establecer industrias de importancia, no crean en realidad más que pequeñas industrias, casi artesanías, que llevan una vida lánguida, y es aun la agricultura el plato fuerte de la región. Y así ha sido hasta ahora. Pero en el horizonte de nuestra producción agrícola, en ese cauce por donde discurre nuestra economía, van apareciendo nubarrones y escollos.
Por una parte las aguas de los pozos van descendiendo, ya hay que ir a buscarlas cada vez más profundas, pues en los últimos veinticinco años han descendido más de dieciocho metros, y en muchas ocasiones las que afloran en un punto son las que que desaparecen de otro. Por otra parte, en provincias del sur y de poniente, nuevas tierras se ponen en regadío y se realizan plantaciones de gran extensión e importancia sin que en nuestra región podamos ya, dentro de límites prácticos, aumentar las extensiones dedicadas al cultivo, pues ni aun con la política de canales altos, creemos que sea viable por razones de altura incrementar el cultivo de los agrios. Y a estos problemas que a diez años vista se le van a plantear a nuestra agricultura, particularmente el de la competencia, hay que añadir el que con estas últimas heladas se presenta.
Nos encontramos pues ante un problema que se va agudizando cada año y que se hará crítico en muy pocos más, y cuya solución nos interesa a todos, pues a todos nos afecta.
En nuestro criterio, el problema no admite en toda su generalidad más que dos soluciones: una inmediata, u otra a largo plazo. Veamos cuáles son.
O salvamos nuestras cosechas protegiéndonos contra las heladas de una forma eficaz, o sin abandonar la agricultura apostamos nuestra economía sobre una base industrial más firme. Por las razones antedichas creemos que a largo plazo la única solución es la segunda, pero vamos a analizar ambas.
Muchos y muy variados han sido los métodos propugnados para luchar contra la helada: las nieblas artificiales, los calentadores de cualquier sistema… son totalmente ineficaces cuando las temperaturas peligrosas persisten durante muchas horas.
La protección con toldos, por muy de plástico que sean, aparte de su coste de instalación y compra, es totalmente inaplicable en grandes extensiones por la cantidad de mano de obra necesaria para su colocación. Basta hacer números para comprender la movilización que sería necesaria para, en el plazo corto de que se pueda disponer, instalarlos todos, y eso prescindiendo del problema subsiguiente de calefacción del aire encerrado en los mismos. Sería poco menos que aconsejar el cultivo en estufas. En lo que se refiere, pues, a la protección directa de la cosecha y los árboles contra heladas pertinaces e intensas de la categoría de las que el año 1954 y el presente hemos sufrido, entendemos que los procedimientos conocidos hasta hoy son totalmente inútiles. Tal vez el día que la energía atómica entre de pleno en el terreno industrial se pueda, mediante estaciones estratégicamente colocadas, crear durante el tiempo suficiente un clima artificial en una zona concreta. Americanos y rusos han estudiado las posibilidades de deshelar el casquete polar, helado un invierno hace muchos siglos y al que el sol no ha podido deshelar por la reflexión de sus rayos sobre la superficie pulida del hielo, excelente reflector que no permite a estos ceder su calor.
Ya en el terreno de la fantasía no se descarta la posibilidad de que mediante un satélite artificial situado a altura suficiente se pudiera enviar a voluntad sobre alguna zona del planeta los rayos del sol reflejados, o los conseguidos mediante un sol artificial logrado por reacciones nucleares. Descartada, pues, la posibilidad de salvar una cosecha ante una helada fuerte, queda la solución del seguro contra las heladas y de la industrialización total de los agrios. Vamos a analizar ambas.
El seguro, en todos sus aspectos, está fundado sobre la dilución de las pérdidas de unos pocos entre muchos que no las han sufrido. Cuando los siniestros son generales; es decir, catastróficos, el seguro es prácticamente ineficaz, ya que en definitiva las pérdidas cargan todas sobre todos. Y si la economía individual de cada uno de los perdidos puede ser en parte atendida mediante la indemnización, es porque en definitiva antes ha desembolsado en forma de prima cantidad semejante a la que percibe, en otras palabras, que en los riesgos catastróficos, las primas son del mismo orden que las indemnizaciones, y por lo tanto cada asegurado es su propio asegurador, que es prácticamente lo que actualmente sucede cuando las cosechas buenas cubren las pérdidas de los años de heladas. Pero si las heladas se suceden con frecuencia bianual como estos últimos años, afectando además a los árboles, no hay economía que resista. Por otra parte, admitiendo que el Estado sufragara a sus expensas la pérdida, mediante el pago de los daños producidos, ello no eliminaría la pérdida real para el país, y en definitiva vendría a recaer directamente por otros conductos fiduciarios en la misma economía de la región.
Se ha propuesto también como solución capaz de atenuar los perjuicios ocasionados por una gran helada, el establecimiento de centros de industrialización de los agrios capaces de absorber en corto plazo, antes de que se amarguen los zumos, la cosecha helada.
Esta solución aparentemente lógica, es en nuestro criterio económicamente equivocada. Estas fábricas no podrían trabajar más que algunos años, cuantos menos mejor, ya que no cabe duda que los precios para consumo directo no admiten la competencia de los máximos que puede pagar la industria; es decir, que no podrían trabajar más que en años como el actual, de heladas muy fuertes; el resto deberían permanecer paradas, y no comprendemos qué rentabilidad podría producir el capital invertido, muy fuerte para tal capacidad de producción, si además se añade la necesidad de mantener un personal técnico permanente para poder actuar rápidamente en contados días, a más de los problemas de conservación de maquinaria, mínimos de energía etc etc, que industria de tal envergadura llevaría consigo.
Y si por contra, admitimos en hipótesis que trabajara todos los días, por presentarse heladas constantemente, rápidamente acabaría su vida industrial por desaparecer los árboles con heladas tan intensas y reiteradas.
Actualmente existen en nuestra región, una porción de industrias de derivados de naranja que vienen a regular el comercio de esta, absorbiendo a precios discretos lo que por cualquier razón no va al consumo directo.
Este sector industrial no tiene, ni con mucho, la capacidad de absorber en breve plazo el contingente de naranja helada que un año como el actual ha producido, y tal vez admita y aun aconseje alguna ampliación que la iniciativa particular ya ha emprendido. Pero la creación de una gran industria capaz de absorber antes de que se amargue toda la fruta estropeada por una gran helada, nos parece un error en el terreno económico, pues no será nunca rentable.
También se ha especulado sobre la plantación o injerto de variedades tempranas, e incluso la posibilidad de estudiar el almacenamiento de las mismas, cosa por otra parte nada fácil, pero si bien esto salvaría una cosecha, no defendería el árbol, y en definitiva las pérdidas ocasionadas vendrían a ser las mismas ya que no resuelto el problema del almacenamiento, la necesidad de vender las cosechas dentro de un plazo estrecho, repercutirían en contra de los precios.
En nuestro criterio el equilibrio, consumo directo e industrialización se autoregula discretamente en condiciones normales y con heladas de poca intensidad. Para las heladas de gran extensión no hay más remedio que darle al problema un nuevo enfoque.
Con todo lo dicho no hemos querido más que llegar a la conclusión de que hay que ir pensando seriamente en darle a nuestra economía otro apoyo, además del agrícola, que no dependa tan caprichosamente de las condiciones meteorológicas.
Como hemos dicho al principio de este largo artículo, la riqueza naranjera es cosa de ayer, y el valor con el que actualmente Valencia se cotiza en la economía española y en el mercado europeo, pero ello no excluye en manera alguna que no podamos tener categoría internacional en otra manifestaciones del hacer humano.
Durante muchos años nuestra industria sedera fue la más fuerte de Europa. La peste del gusano de seda, combatida en Francia con éxito por Pasteur, nos la hundió, y completamos la obra talando las moreras, como talaron sin norma ni concierto los campesinos de toda España los bosques que la cubrieron, convirtiendo en eriales tierras que no sirven más que para bosques, y variando así el régimen de lluvias fase inicial para el asalto del desierto.
La industria de la madera curvada y de los contrachapados también tuvo aquí su origen, y también ha languidecido y se ha dejado arrebatar la primacía, y así podríamos citar otras, pero en realidad el problema dimana de que, como ya hemos dicho, nuestros industriales, salvo raras excepciones son económicamente débiles, ya que sus ahorros y las economías más fuertes, se han orientado hacia la agricultura.
Para poder buscar la industria una nueva base económica para Valencia, hay que decidirse a invertir en ella capitales que hasta hoy se han orientado hacia la agricultura. Cuántos millones no se han gastado en pozos, traídas de aguas, instalaciones elevadoras, explanaciones y movimientos de tierras. Bien gastados están, pero en el porvenirsi queremos cubrirnos de los riesgos de las heladas, no pongamos todos los huevos en la misma cesta.
Tarragona, provincia esencialmente agrícola, cuya economía hasta quince años estaba montada casi exclusivamente sobre el vino y la avellana, posee hoy en día un censo industrial mucho más importante que el agrícola, y Castellón ya ha iniciado su evolución en este sentido.
Las industrias importantes que hay hoy en Valencia tienen, casi en su totalidad, consejos de administración en otras provincias, e incluso muchas de las que aquí radican están impulsadas por hombres que venidos de fuera pusieron en nosotros confianzas y establecieron aquí su hogar. Merecen estos toda nuestra alabanza y agradecimiento, pues además de la riqueza que han creado, han venido a demostrar que la mano de obra valenciana es apta para la industria y que es culpa del capital y de la iniciativa personal de los valencianos el que no hayamos alcanzado el nivel industrial que nos corresponde, y que compensaría con creces los fallos meteorológicos de la agricultura.
Anímese, pues, el capital valenciano, pidamos al Estado y a la Banca el apoyo económico necesario y la financiación a largo plazo que la industria precisa. Hipotequemos si es necesario nuestros huertos de naranjos y erijamos en Valencia una industria capaz de ponernos a cubierto de las inclemencias del tiempo y de la competencia frutera de las tierras pobres.
Valencia, 22 de febrero de 1956.

El ingeniero Luis Merelo y Mas, en su época de concejal del Ayuntamiento de Valencia.
Luis Merelo y Mas (Valencia, 1907-1998).
Ingeniero industrial y Arquitecto técnico. Concejal del Ayuntamiento de Valencia en la época de la riada del 57. Profesor de Honor de la Universidad Politécnica de Valencia. Pintor. Gran amante de su tierra, Valencia. Y, sobre todo, mi abuelo.